Entierro indefinido
A un vivo moribundo C omo la estrellas que transitan un orbe indecoroso, por ahí, entre pasajes deconocidos, se esconde la silueta de un hombre que vivió la muerte... y murió en vida. S us ojos destellaron por última vez unos meses antes, su cuerpo se aferró a la vida como una vil sanguijuela que no dejaba partir a su alma. Fueron instantes eternos los que dislumbró el camino y no se atrevió a seguirlo. Fueron respiros infarantes llenos de rabia, llenos de ira contra una vida que Dios quitaba con una sonrisa en el rostro. D ecidimos enterrarlo tiempo antes a que muriera. No podíamos hacer esperar más a la vieja chascona con su escoba polvorienta. Estaba ansiosa de limpieza y nosotros pulimos el camino. A sí que sin pensarlo mucho le propinamos un merecido adios al señor iluminado que alguna vez nos clavó sonrisas, le dijimos adios al monarca de un tiempo distinto, a una luminaria de confianza de esas que ya no existen. Uno de esos soñadores que el tiempo ha decidido quitar de nuestras