Que jamás conoció
La dama caminaba descuidada pensando en quien sabe lo que la vida le entregaba. Él miraba e intentaba entender lo que pasaba por esa extraña cabeza. ¿Extraña porque? El tipo no la conocía. No sabía su edad, su dirección, teléfono o tendencia política, pero con sólo mirar como cada uno de sus pies se ponía frente al otro, sabía que había algo extraño ahí. No sabía que era. Quizas era como su pelo se mantenía quieto frente al viento, quizas como miraba la nada cuando fumaba, quizas... quizas simplemente... no era nada.
Un día más, un día menos, y el joven atentaba contra las reglas básicas de protocolo mirandola bajo unos lentes negros intentando entender su duda. Ella conversaba concentrada, perdida en una lúdica ajena a quien estuviera a más de 3 pies de distancia con alguna persona irregular. Él sabía que ella estaba conciente de que la miraban. Ella no hacía nada y jamás sintió la mirada indolente del joven. Ella caminaba pasando los paramos con un cuaderno en la mano y un atuendo tan extrafalario como su persona, su mirada estaba perdida entre mañana y ayer y no se encontraba con las ilusiones del ahora. Él era parte de ahora y aún caminando a metros ella no notaba cómo su mirada cautelosa interrogaba a cada paso que dejaba en el pavimento, cada hoja seca que rozaba sus hombros, incurriendo sin respeto en meticulosas proyecciones de lo que ahí veía.
Él soñaba. Ella ignoraba ser un sueño.
Él permutaba respiraciones dentro y fuera del agua, intentando mantenerse a flote y no caer de lleno en los brazos de un morfeo ciego. Él veía a una mujer independiente, con mucha vida encima. Quizas era floja. Definitivamente intelectualoide como la gente que a él tanto le desagradaban. Silenciosa, capaz de hacer a un muro darse vuelta, pero aún más ofuscada que una clásica aguja en el motor de un auto. Ella parecía haber despegado de la tierra. Un modelo 88, hermética, apasible... Pero tan explosiva como la polvora, tan terrena como el mismisimo barro.
Ella caminaba despistada, se sentaba tranquila, conversaba, fumaba en silencio alternando risas con miradas democráticas sobre quienes le dirigían la palabra. Ella era silenciosa, bajo perfil por decisión personal. De gustos refinados, añejados por una vejez impreterita. Insoluble, calculadora al vacio, tan mental como lo que no imaginaba, como ese mundo que le era ajeno. Tenía melodía en su respiración, aspiraciones a ser ella, una negación rotunda a una evolución externa y porsupuesto un ego suficiente como para entender su valor, suficiente como para no explotar su propia identidad.
Él imaginaba a una niña madura. Ella era una mujer infantil. Él veía una musa de poca importancia. Ella se sabía callejera inmaculada. Entendía que tenía un serio problema de esquizofrenia. Caminaba no confiada, sino descuidada, el mundo no le importaba mucho más de lo que influía en ella. Eso es poco o nada. Se sabía lista. Entendía porque el tiempo no existía y como todo se encontraba dividido a partículas elementales que sólo los suyos comprendían. Sonreía sin sentido y no lo hacía al ritmo del resto.
Él no comprendía mucho esa fijación. Ella no era candidata a sus gustos. Ni como era, ni como se veía, ni como se vestía ni como conversaban, si es que eso era posible. Aún así él no podía entender cual era la nada que le causaba curiosidad de ella. Ella sabía de su existencia, pero más que eso no importaba. Él cerraba el día imaginando de que color sería su mirada sin lentes negros. Ella no tenía un color fijo. Él olvidaba su propia cara intentando entender sus ángulos, mientras ella desconocía que los tenía. Él imaginaba barbaridades, algunas odiosas, otras loables. Ella no conocía ninguna de ellas.
El joven miraba sin recelo a ese ser que tanto creía estar conociendo. Él ostigaba sin parpadear los contornos de Julieta. Ella, se llamaba Claudia.